El mundo de la música quizá le deba más a Poincaré que el de las matemáticas. Quizá el indie le deba más a Julio Iglesias de lo que muchos pudieran creer a priori. Enunciados matemáticos, porteros de fútbol metidos a cantantes, un asturiano, un maño y un catalán… ¿Saben aquel que diu? que se juntan en un mismo escenario 20 años de la música popular patria. Dos décadas de aclamado sonido indie -cuando las etiquetas sólo las ponía el Rockdelux– que abarca de Madee a La Costa Brava pasando por Australian Blonde y Tachenko. Historia simbolizada en Francisco Nixon, Ricardo Vicente y Ramón Rodríguez. Ellos tres, y nadie más, consiguieron encandilar al centenar de incondicionales que llenó el viernes 2 de marzo el Café España vallisoletano. Como en una suerte de eterno retorno al mundo de Oz, cabeza, fuerza y corazón comparten escenario. De fondo las ganas de divertirse. El público exudaba devoción incondicional y rendida pleitesía mitómana. Entre el entregado respetable no cuento a los mirones que otearon el show en la distancia por no rascarse el bolsillo. La ocasión lo merecía. El precio (12 € anticipada, 15 en taquilla) también invitaba a ello, pero ya se sabe. En esta ciudad se estila más lo de criticar lo que hacen otros -sobre todo cuando se hace bien- que lo de arrimar el hombro y reflotar la paupérrima oferta actual.
Pero lo que de verdad importa es lo que sí fue. Un gran concierto a cargo de lo que los sajones llaman ‘un supergrupo’. Los que estuvieron, estuvimos, disfrutaron de una hora y cuarto de concierto que supo a poco y que, quizá, sea la génesis de una nueva forma de hacer las cosas a orillas del Pisuerga contando, por fin, con el amplio respaldo del público. El trío de ases lo merecía. El disco a seis manos, también. Una de las mejores grabaciones de 2011, producida por el propio Rodríguez y su fiel escudero Ricky Falkner. El sempiterno dúo está presente en la práctica totalidad de los álbumes de renombre del último lustro en España, bien como integrantes de sus respectivos proyectos musicales (The New Raemon, Standstill, Egon Soda…) bien como productores (Maga, Zahara, Manos de Topo, Love of Lesbian, Sidonie, Miss Caffeina…).
Con el único pero de tener que vigilar el nivel de decibelios y no aporrear demasiado la batería, el mayor lastre del España, los tres cuerpos («Cachopos» se escuchó desde el público) abrieron fuego con el repertorio de Richi Vicente. Todos tus caballos de carreras y El palacio de los gansos sirvieron para que el respetable entrase en calor. Los músicos también. Poco a poco la temperatura de la sala fue subiendo y tras Fran le llegó el turno a Ramón.
Más de un año llevaba el público pucelano deseando ver en directo a The New Raemon y deberá seguir esperando. Rodríguez hizo pocas concesiones a la galería; con su aportación a la batería y media docena de canciones dio por concluido este primer asalto. Trató de congraciarse con el público interpretando una canción que, como él mismo explicó, tras componerla vio «que se parecía mucho a otra muy conocida» -y que finalmente no logró recordar- para terminar interpretando Tú, Garfunkel. El coitus interruptus lo compensó el buen ambiente que los tres músicos destilaban desde el escenario y que contagió a unas tibias primeras filas. Los músicos interpretaron los doce temas que conformaron la grabación del álbum, aunque sólo nueve quedaron registrados en la versión definitiva. Un single, que ya debía de haberse publicado, recoge estos extras que perfectamente podrían haber integrado el larga duración.
El repertorio de Rodríguez fue, junto con el de Nixon, el más coreado. Las primeras palmas habían arrancado en el tercer tema de la noche (primero de Nixon en la velada) aunque el público sólo se soltó en el tramo final. Justo cuando se comenzó a resolver el problema de los tres cuerpos. Cuando comenzaron los bises. Cuando los músicos se convirtieron también en público haciendo los coros en el backstage, gintonic en mano. Cuando todo devino en un caos controlado que culminó con la versión de La vida sigue igual, de Julio Iglesias y con un racimo de hits de La Costa Brava (Treinta y tres, Adoro a las pijas de mi ciudad) para deleite de parte del público y de los propios artistas. We are not in Kansas anymore, Toto. Un rotundo redoble -y la disimulada sonrisa entre Ramón y Fran- puso punto y final a una noche en la que triunfó el ambiente de compadreo encima del escenario y que quizá podría haber tenido una mayor respuesta del público treintañero, para los que la noche contaba con el gancho revival.
Hasta aquí la versión oficial. Después llegó el aftershow que unió a organizadores (Cuadrilatero Culturäl y Colectivo Laika), músicos y seguidores. Pero ésa es otra historia.
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