Se define el metalenguaje como el lenguaje que se utiliza para hablar de otro lenguaje. El acertado uso de este recurso narrativo es lo que convierte a Ruby Sparks en una película notable, justo en ese momento del metraje en que el espectador cree encontrarse ante algo mil veces visto. Pues bien, nada de eso. Esto no es un remedo de (500) días juntos. De hecho, esta nueva incursión tras las cámaras del dúo de realizadores formado por Jonathan Dayton y Valerie Faris, tras el -merecido- éxito de Pequeña Miss Sunshine, está más cerca del cine de David Lynch que de la agridulce historia de amor que Marc Webb dirigió en 2009. Estamos ante una lúcida reflexión sobre el proceso creativo que lleva a fraguar una obra (literaria, cinematográfica, etc.) y todo lo que ello supone. Las renuncias, los miedos, las inseguridades que debe superar el autor. La tiranía de la rutina diaria. La pérdida del sentido de la realidad. El poder de dar y quitar. La posibilidad de jugar a ser Dios. Todo esto en un acertado giro de guion que sitúa al espectador ante el truco, pero sin que éste pueda intuirlo hasta que ya es demasiado tarde. Interesante debut como guionista de la actriz Zoe Kazan, la Ruby que da título al film, y muy sólido trabajo de Paul Dano, actor de moda al que también pudimos ver en Looper, que encarna al joven e inseguro escritor Calvin Weir-Fields. Un nombre de pila que recuerda, indefectiblemente, al niño protagonista de la tira cómica escrita y dibujada por Bill Watterson, Calvin & Hobbes.
Ruby Sparks

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