El primer recuerdo que tengo del miedo fue poco después de ver una película en el cine. Mis padres me acompañaron hasta la taquilla, me compraron la entrada y me dieron dinero para comprar un refresco y palomitas. Era Navidad. La película hablaba de un niño que se hace amigo de alguien que se ha perdido y le ayuda a volver a casa. Al extraño le gustaban los m&m’s. Así lo encontró.
Pasaron varios días después de ver la película. Una noche tuve una pesadilla. Fue algo muy vívido. De repente, dentro del sueño, sentí que algo pesado caía a los pies de mi cama. Abrí los ojos y ahí, delante de mí, a menos de un metro, sobre mi propia cama había un tigre de Bengala. Yo intentaba pedir ayuda con todas mis fuerzas. Traté de gritar: «¡Mamá!», pero nada. Fue imposible. No logré articular palabra. Me desperté del susto y la historia se repitió de nuevo. Quise llamar a mi madre, pero me había quedado mudo. Como cuando aquel niño ve por primera vez al extraterrestre delante de él. Con todos los caramelos de chocolate que el niño le había ido dejando y que él había ido recogiendo en su mano disforme.
Me abracé al embozo de mi colcha y me quedé mirando al techo, asustado por las sombras que el contorno de la lámpara proyectaba. Hasta que me volví a dormir. Sigo teniendo miedo a los tigres, pero ya no desconfío tanto de los extraños.