Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes. Este precepto jedi parece regir los designios del colectivo cultural vallisoletano Laika. Empeñados en la admirable tarea de elevar el listón y conectar con el mayor número posible de sensibilidades, la noche del 12 de diciembre de 2013 cumplieron con creces e hicieron que la velada permanezca inmarcesible en la memoria de todos cuantos asistieron al concierto de esa -en apariencia- diminuta y frágil bestia parda llamada Anna Calvi. Esto son los hechos, ahora llega la épica.
Tarea compleja la de estar a la altura de lo disfrutado en la Sala Blanca del pucelano Laboratorio de las Artes (LAVA). Una magnética amalgama que obliga al espectador a estar pendiente de todo cuanto sucede encima del escenario desde el momento en el que la menuda intérprete londinense se cruza su guitarra al hombro. Desde ese instante en el que espacio y tiempo parecen detenerse a escuchar una demostración tras otra de su prodigiosa voz y de su pericia con las seis cuerdas. Para el recuerdo queda ya ese sólo en mitad de Love Won’t Be Leaving, penúltimo tema del repertorio de un concierto que se inició una hora antes con las incontestables Suzanne & I y Eliza. En total, 13 canciones entre las que se coló una versión en solitario de Fire, el clásico de Bruce Springsteen, al que tiñó de serpenteante deseo lúbrico. Por el camino, varios cambios de guitarra (hasta tres) destacando los momentos en los que sus dedos rasgueaban una Gibson negra y blanca para arrancarle esos impulsos eléctricos sobre los que la angloitaliana cabalgaba en mitad de la noche. Suddenly, Cry, Carry Me Over fueron despejando la incógnita. Los halagos estaban justificados. Calvi es tan grande como aventuraba su homónimo debut de 2011. Tanto como apuntaba, un año antes, con su versión de Jezebel, el clásico de Frankie Laine tema con el que cerró su concierto vallisoletano. Una artista incontestable acompañada de una solvente banda de tres personas (teclados, harmonio, xilófono, bajo y batería) que dotó de mayor contundencia a las composiciones de su segundo álbum, ‘One Breath’, espina dorsal del repertorio de esta gira. En el debe, algún ligero problema técnico y un setlist en el que se echó de menos algún bis más, tal como ha sucedido en otros recientes conciertos de la gira.
La presencia de la londinense a orillas del Pisuerga llegó precedida por I Have a Tribe, el proyecto musical del irlandés Patrick O’Laoghaire que sirvió para ir acogiendo el lento goteo de público y su peregrinar a la barra en pos de una cerveza. Tibia respuesta la del soberano para uno de los mejores, si no el mejor, conciertos del año en Valladolid. No estaría de más respaldar sin ambages este tipo de propuestas que a la postre son las que poco a poco podrán ir poniendo a la capital castellana en un mapa internacional, tan ansiado como incomprensiblemente ninguneado cada vez que se presenta la ocasión. Y van…
qué chulo, tuvo que estar de lujo…
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Pues sí. Le faltaron un par de bises, pero por lo demás: impecable. Es capaz de llenar el escenario sin apenas moverse. Tiene imán. Y un vozarrón, claro.
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