Basia Bulat – Gira Tall Tall Shadow

La importancia de cantar con una sonrisa en los labios. Dibujar paisajes con tus cuerdas vocales. Evocar la calidez de una estancia con un gesto imperceptible. Una mirada. Basia Bulat (Etobicoke, Ontario, 1984) canadiense de ascendencia polaca, estudiante de castellano, intérprete de autoharpa, piano, charango, ukelele, guitarra, cantante, transmutadora de almas, sanadora de cuerpos rendidos en una noche de olvido. Un viernes cualquiera deja de serlo en su presencia. Ciclópeo faro en mitad de la autopista. Pintora de paisajes infinitos que crujen bajo nuestros pies como la última nieve en primavera. Llegaba la menuda cantante norteamericana a Valladolid en plena gira mesetaria para presentar su tercer trabajo, el alabado ‘Tall Tall Shadow’. Una suerte de plegarias con dulzor de bourbon y madera de arce. Menos de un centenar de penitentes -una hora de espera, por mor de doblar la pírrica caja en la barra- aguardamos pacientes a que su animada presencia nos arrojara lejos de las fauces de la apatía. Y lo logró.

Quizá sólo fueran ochenta minutos. Tal vez siguiera el guion al dedillo, envuelta en caricias melifluas. Pero funcionó. Abrazada a su autoharpa, al piano o la guitarra. Incluso funcionó esa talk box a dos micrófonos a lo Joe Walsh. Tres bises, con el consabido -y repetido- guiño patrio con su versión del Tu nombre me sabe a hierba, de Serrat. El repertorio no dejó pasar ninguna de las piezas más celebradas de este último disco (The City With No Rivers, Five, Four, Someone, Paris Or Amsterdam, It Can’t Be You, Wires, Tall Tall Shadow) y algunas de los dos primeros (Snakes and Ladders, If It Rains, Little Waltz) para terminar con The Shore al autoharpa entre el estruendo de los aplausos y las promesas de los reencuentros. En la tierra de los cipreses de Delibes, la sombra de la menuda Bulat es alargada.