Andrés Suárez – Gira ‘Mi pequeña historia’

Andrés Suárez - Gira 'Mi pequeña historia'

Andrés Suárez - Gira 'Mi pequeña historia'Pantín es una pequeña aldea gallega de apenas 700 habitantes en el concello de Valdoviño. Este municipio coruñés es famoso por los campeonatos de surf que se celebran en sus playas. La fuerza del viento y la bravura de la mar es tal en esta zona del litoral, que bañarse en esas playas es poco menos que un acto de fe. Anoche, un brazo de ese mar bañó la playa del Pisuerga. Andrés Suárez (Ferrol, 1983) empapó -casi literalmente- el escenario de la vallisoletana sala Porta Caeli al filo de las nueve de la noche. A sus pies, una marea de seguidores capaces de soportar a pie quieto durante más de dos horas los 30º de la bochornosa tarde pucelana. El entrenamiento perfecto para los que se les venía encima. Otras dos horas de emoción desatada y sudor a raudales. Dos circunstancias que no fueron impedimento alguno para disfrutar de uno de los más vibrantes conciertos que quien suscribe recuerda. Lleno hasta la bandera para recibir a Suárez y su banda, quienes se encuentran estos días presentando el sexto álbum del ferrolano, ‘Mi pequeña historia’ (Sony Music, 2015), publicado el pasado 2 de junio. Aunque, a tenor de cómo cantaba y coreaba el público cada canción desde los primeros acordes, nadie lo diría. Poco más de dos semanas han sido necesarias para que la legión de fans que han situado al cantautor en el número dos de ventas de discos nacionales se aprendiese sus canciones al dedillo. Incluso mejor que el propio autor, quien tuvo que valerse de un atril con la letra de alguna de estas nuevas composiciones en el arranque del bolo. No hizo falta. Con apenas un par de rasgeos de las cuerdas de su Takamine la sala era un clamor. Suárez sonreía y miraba a uno y otro lado con una expresión a medio camino entre la estupefacción y el disfrute más absoluto.

Andrés Suárez - Gira 'Mi pequeña historia'A su diestra, Marino Sáiz, teclados y violín. A la izquierda, Andrés Litwin, el virtuoso baterista argentino que junto con el guitarrista Ovidio López y el bajista Luismi Baladrón conforman el «bandón» que arropa a Suárez en esta gira. Casi nada al aparato. Al sonido, Óscar Marañón. Otro de los artífices de que todo sonase a la perfección. Suárez irrumpió en el escenario entre gritos y no se dirigió al público hasta finalizar la tercera canción, Dublín. «Tengo un pedo que flipas», señaló tras desear «¡Feliz Año!» a la concurrencia. Divertido y haciendo valer la ya mítica retranca gallega, Suárez bromeó entre canción y canción para recuperar el resuello y, de paso, evocar alguna de las historias que le han servido para conformar este nuevo trabajo. Un disco que llega una década después de que el ferrolano debutase en esto de la música, aunque su historia se remonta unos años más atrás. Las anécdotas se fueron sucediendo a medida que el calor se apoderaba de los cuerpos. La energía flotaba en el ambiente hasta electrizarnos y, de repente, ocurrió. Fue en la décima canción, Benijo. Una más de las interpretadas a medias con el público. Durante la mayor parte del bolo, Suárez se dedicó a cantar, básicamente, donde y cuando el público vallisoletano le dejaba. Pero en ese instante no. Sucedió casi al final de la canción. En esa parte en la que a todos se nos apaga la voz. A todos salvo a él. Del vientre de ese Atlántico que ruge en el arenal de O Rodo brotó una voz que se impuso a la multitud. Quizá volvió a recordar. O no supiera si hay mar. Pero en ese instante, el tiempo se tomó un respiro. Casi pareció que se apagasen los móviles y bastase con que nuestras propias retinas se encargasen de registrar lo que allí ocurría. Y ya no hubo quien pusiera fin a aquello.

Suárez se revolvía en metro y medio de escenario. Los ojos le centelleaban furiosos, o quizá emocionados. Se abrazó a Marino. Nos dio media noche y nos invitó a bailar flamenco. «Les dije, a este bandón que me acompaña, que lo iban a flipar con Pucela. Esta noche acabamos desnudos», bromeó de nuevo, recordando su anterior visita y la fiesta posterior al concierto en los bares de la capital. «Aquí se come de puta madre, se bebe de puta madre… Si alguna vez me caso contra alguien, lo celebro aquí», llegó a prometer víctima del subidón que supone tener a casi 400 almas entregadas a lo largo de dos horas. Pero hubo más. No contentos con lo ya relatado, los bises se prolongaron a lo largo de otras cinco canciones. La emoción fue in crescendo hasta precipitar el clímax final. Una orgiástica celebración de la vida, la música y el amor por lo que uno hace. Entregados unos y otros, dentro y fuera del escenario, el espectáculo rezumó una incuestionable verdad. Más allá de los ensayos y de lo medido del repertorio. Lo que se vivió anoche no se puede ensayar. «Gracias Valladolid por regalarnos uno de los días más jodidamente felices de mi puta vida». Y allí nos quedamos, aplaudiendo y temblando como una hoja en mitad de la tormenta. Quizá fue un segundo, o una vida entera. Solo puedo decir que mereció la pena. Si tienen ocasión de verlo en directo, no se lo pierdan. Aunque estará difícil, avisados quedan. Las próximas tres fechas en la capital de España (Galileo Galilei, Joy Eslava, La Riviera) ya habrán colgado el cartel de ‘No hay billetes’ cuando lean estas líneas. Y lo que resta por llegar. Su pequeña historia ya es gigante.

Galería fotográfica del concierto a cargo de María Parra Serrano, aquí.

Setlist:

Canción a mi público.
Voy a volver a quererte.
Dublín.
Piedras y charcos.
Una noche de verano.
Pequeña historia de Marina.
Clasificados.
Mundo y soledad.
Te va a pasar.
Benijo.
Te di vida y media.
Más de un 36.
Te doy media noche.
La vi bailar flamenco.
Si llueve en Sevilla.
Seis caricias.
Números cardinales.

Bises:

Vuelve.
No te quiero tanto.
320 días.
Luz de Pregonda.
Lo malo está en el aire.

Andrés Suárez – Gira ‘Mi pequeña historia’. Sala Porta Calei, de Valladolid. Lleno absoluto. 20/06/2015

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