Dejamos atrás un año más con la satisfacción de haber logrado algo más que sobrevivir. Reconforta esa sensación del trabajo bien hecho. Al echar la vista atrás no hay sólo un rastro de hojas muertas del almanaque esparcidas al tuntún por el suelo que hemos pisado estos doce meses. Trataremos de condensar esas emociones en libros, discos, pelis, cómics, canciones. Todo aquello que ha dado sentido a este 2015 dentro y fuera de lo profesional. Seguimos creciendo. Cada vez somos más aquello que soñamos. Sólo que para serlo ahora ya no tenemos que cerrar los ojos e imaginar.
MÚSICA
INTERNACIONAL
Una de las mayores ventajas de vivir en esta sociedad hipertecnificada y sobreinformada reside, precisamente, en poder acceder a múltiples canales de comunicación. Fuentes alternativas que, al menos durante un tiempo, logran escapar de la intoxicación generalizada. A través de una escucha activa y la necesaria dosis de curiosidad esta año han ido apareciendo diversos nombres que nos han llamado la atención. Destacan entre ellos los neoyorquinos Breakfast in Fur con su notable ‘Flyaway Garden’. Ambient punk con tintes de psicodelia low-fi al servicio de una formación joven, pero con las ideas muy claras. Del mismo modo, aunque por motivos totalmente diferentes, cabe mencionar al guitarrista noruego Geir Sundstøl, con su álbum ‘Furulund’. Rendido homenaje sonoro al Ry Cooder de ‘Paris Texas’, atmósferas cinematográficas, pero ahora ambientadas en los adustos parajes nórdicos. También de tierras norteñas llega el prolífico Ólafur Arnalds, quien este año se ha prodigado de lo lindo. Tanto en su vertiente más electrónica (Kiasmos, junto a Janus Rasmussen) como en la sinfónica, firmando esa maravilla titulada ‘The Chopin Project’ junto a la pianista germano-japonesa Alice Sara Ott, como con la publicación a principios de año de la BSO de la serie de televisión Broadchurch. Sin abandonar islandia, Sóley también nos regaló este 2015 un oscuro y desasosegante ‘Ask the Deep’, su tercer trabajo en solitario tras su paso por Seabear. Aunque para hablar de conflictos interiores y rabia contenida que pugna por salir a borbotones nada mejor que la confirmación del talento de Torres (Mackenzie Scott) con su segundo álbum ‘Sprinter’. La fiereza que Courtney Barnett despliega en ‘Sometimes I Sit And Think, And Sometimes I Just Sit’ ha sido una de las más gratas sorpresas del año, que confiamos en poder disfrutar pronto en directo. Aunque si algún artista ha sabido integrar toda esa multiculturalidad y la mezcolanza de estilos para redefinir el suyo propio y presentar una de las apuesta más rompedoras del año (del grime al mainstream pasando por el K-pop y el dance infeccioso), ésa ha sido Grimes, con ‘Art Angels’. Habrá quien pueda tildar su propuesta de orquestada maniobra comercial, pero pocos músicos han sido capaces en los últimos años de representar mejor el burbujeante universo digital que nos rodea que la canadiense Claire Boucher en este álbum.
Entrando en estilos y formas más convencionales destacar a los muy prometedores Alabama Shakes, con su sophomore ‘Sound & Color’. También resaltamos al dúo de Baltimore, Beach House, que se apuntó a la moda de publicar material este año por partida doble, con desigual fortuna. Nosotros nos quedamos con las guitarras rabiosas de ‘Depression Cherry’ por encima de las reivindicativas melodías oníricas de ‘Thank Your Lucky Stars’. Los escoceses Chvrches volvieron a la carga reafirmando su estatus y alentando el fenómeno fan en el Reino Unido, aunque puestos a preferir, mucho mejor Wolf Alice con ‘My Love is Cool’. Uno de los mejores álbumes del año con un incontestable tracklist que encadena en su arranque seis inolvidables trallazos.
Seguimos en las islas británicas, gran noticia la vuelta de Paul Heaton (Housemartins, The Beautiful South) junto a su amada/odiada Jacqui Abbott con ‘Wisdom, Laughter And Lies’. Letras repletas de mala baba endulzadas por melodías tan pegadizas como el chicle de fresa ácida de nuestra ya lejana juventud. También facturaron grandes álbumes este año Adele, ’25’; Julia Holter, con su brillante e intimista ‘Have You in My Wilderness’; el luminoso ‘Divers’, de Joanna Newsom; José González, con el muy apreciable (también en vivo) ‘Vestiges and Claws’; Ryan Adams, disfrazado de Bruce Springsteen en los ochenta para versionar (claro) el ‘1989’ de Taylor Swift; Oh Wonder, con un muy disfrutable debut homónimo; el rapero canadiense Drake, con ‘If You’re Reading This It’s Too Late’; Miguel y su poderoso (e infravalorado) ‘Wildheart’; la lúcida vuelta de Janet Jackson, con ‘Unbreakable’, una vez más con la efectiva producción de Jimmy Jam y Terry Lewis; Jaime XX, con su alabado (pese a estar confeccionado a partir de retales) ‘In Colour’. Y cerramos esta parte de la lista con el espléndido ‘Sauna’, de Mount Eerie, Aunque por diferentes motivos, los grandes triunfadores del año en el apartado internacional han sido Florence + The Machine, D’Angelo, Sufjan Stevens y Kendrick Lamar.
La británica Florence Welch certifica en ‘How Big, How Blue, How Beautiful’ su resurrección personal y lo hace a través de un álbum excesivo repleto de himnos de despecho y autoafirmación confeccionados para ser coreados en grandes recintos. Desgañitarse como ejemplar ejercicio de catarsis. Funciona. Y lo hace mucho mejor que el lacónico y efectista ‘Vulnicura’, de la otrora prominente Björk. Aunque para regresos desde el más allá, ninguno como el de D’Angelo. El músico Michael Eugene Archer acompañado por The Vanguard facturó hace ahora un año con ‘Black Messiah’ el que, de haberse publicado un mes antes, habría sido el disco del año pasado. Tanto da. La complicidad con el bajista Pino Palladino y el productor Alan Leeds (habitual de Prince en los 80) permitió al de Richmond reunir en este trabajo todo un tratado de soul y funk de muchos quilates. Un sonido que ni siquiera un referente como el ya mencionado y siempre prolífico Prince (con cuatro álbumes ramplones publicados en 2015) ha sido capaz de igualar. Pero si apelamos a los sentimientos, Sufjan Stevens se lleva la palma. Nadie que haya escuchado por primera vez ‘Carrie & Lowell’ ha logrado escapar a su influjo. La melancolía que fluye entre los surcos del vinilo son su mayor baza. Una emoción, empero, que el de Detroit ha sido incapaz de plasmar (pero sí impostar) sobre el escenario en su gira mundial. Y por último, Kendrick Lamar. Artífice del álbum del año ‘To Pimp A Butterfly’ en el apartado de rap y el hip hop, por méritos propios. Capaz de reunir influencias, hacerlas propias y reinterpretarlas para conformar su propio discurso. Dos décadas después, K-Dot ha sabido reciclar la rabia y la frustración que inundaba las calles de su Compton natal y las teñía de sangre y desesperanza huyendo de la autocomplacencia. Quién sabe, quizá al fin y al cabo no hayamos avanzado nada en 20 años.
En el apartado de las grandes decepciones, la fallida vuelta de Beirut con ‘No No No’, un amago de disco que se queda a medio camino de todo y hace honor a su título. ‘Kintsugi’, el regreso de Death Cab For Cutie apenas un mero disco alimenticio, excusa de shows tan faltos de emoción como milimetrados en su puesta en escena. Una lástima también que un músico tan apreciado como Glen Hansard haya perdido músculo este año al multiplicar su oferta: ‘Didn’t He Ramble’, su segundo disco en solitario, otro (‘Longitude’) junto a The Frames, su banda de toda la vida, y uno más (It Was Triumph We Once Proposed) de versiones de Jason Molina junto a la formación que acompañaba al desaparecido (y añorado) líder de Songs Ohia. Como resultado, ‘Didn’t He Ramble’ naufraga entre la americana music y el folk irlandés (aunque contiene una de las canciones del año, Just to be the One). También naufraga en una verborréica corriente Mark Kozelek, este año bajo la piel de Sun Kil Moon, con ‘Universal Themes’. Aunque su propuesta no pierda un ápice de fuerza en directo, la concatenación de discos (hasta seis en un año) en los últimos tiempos han terminado por pasarle factura. Tras el éxito precedente, la unión entre Edie Brickell y Steve Martin no ha logrado repetir éxito con ‘So Familiar’. Más americana y banjo, pero carente de pegada. Lo mismo que le ocurrió a Sam Bean (Iron & Wine) en su unión con Ben Bridwell (Band of Horses) en el tedioso y anodino ‘Sing Into My Mouth’. Sin embargo, la mayor decepción corre a cuenta de los islandeses Of Monsters And Men, que en el olvidable ‘Beneath The Skin’ dilapidaron todo el crédito adquirido con ‘My Head Is An Animal’.
NACIONAL
En el apartado nacional incluimos este año, y tan solo por aquello de compartir idioma, a dos artistas mexicanas. En realidad no queríamos recargar el apartado internacional y que la propuesta nacional se viera reducida en exceso. Bien es cierto que nos habría encantado poder reseñar muchos más nombres, pero la realidad es la que es. A un prometedor principio de año, con las contundentes apuestas de Pasajero y su reivindicativo (y recuperable) ‘Parque de atracciones’ y al siempre atinado Manu Cabezalí (Havalina) con ‘Islas de cemento’, le siguieron meses en los que las alegrías se podían contar con los dedos de una mano —y nos sobraban dedos—. Sin embargo, 2015 ha sido un año que nos ha deparado agradables sorpresas que pasamos a enumerar. Por un lado, la vuelta de Zahara, con el colorido y poderoso ‘Santa’. Acompañada por una solvente formación que ha logrado defender a la perfección este disco en directo, la ubetense se ha hecho por méritos propios un hueco entre los nombres más importantes del panorama independiente patrio, el mismo que acogió también este año la sorprendente irrupción de Helena Goch, con ‘Little Tiny Blue Men’. Una escena a la que ha regresado por la puerta grande Alondra Bentley gracias a ‘Resolutions’, un disco que supone un punto de inflexión en la trayectoria de esta murciana nacida en Lancaster. Su inmaculada colección de canciones se ha erigido como una de las propuestas más atractivas de este 2015 gracias a la atinada producción de Matthew E. White. También acertaron en su (esperada) vuelta Amaral, quienes han vuelto por sus fueros con ‘Nocturnal’, un disco que dará mucho que hablar con su puesta de largo en directo durante todo 2016. L.A., el cada vez más personal y ecléctico proyecto del mallorquín Luis Albert Segura, volvió a deslumbrar con ‘From the city to the ocean side’, un álbum que conjuga a la perfección influencias del mejor grunge con ecos setenteros y que sobresale en directo. Las guitarras rabiosas de Autumn Comets reinan una vez más en su arriesgado ‘You Are Here – We Are Not’, disco que sabe disfrutar de sus remansos entre tanta energía desbordada. Y The New Raemon nos regaló este 2015 su álbum más luminoso en años, ‘Oh, rompehielos’; declaración de amor musicada y repleta de juguetones arreglos que lo dotan de una lujosa impronta. Las mexicanas Natalia Lafourcade (‘Hasta la Raíz’) y Carla Morrison (‘Amor Supremo’) nos dejaron un agradable —y agridulce, al tiempo— sabor de boca gracias a sus respectivos trabajos repletos de desamor y reivindicación de la feminidad. Álbumes que merecen una mayor atención mediática, todo sea dicho de paso.
Atención que parece rehuir uno de los cuatro protagonistas de lo mejor del año en el apartado nacional, Robe Iniesta. El líder de Extremoduro se permitió el lujo de coquetear con el rock sinfónico y la poesía intimista en su aclamado debut en solitario,’Lo que aletea en nuestras cabezas’. Una rendida declaración de amor adolescente perpetrada por uno de los máximos exponentes del punk patrio que sonroja de puro cándido y sigue invitando a corear sus estribillos con idéntico fervor púber. El gallego Xoel López consiguió crear un universo musical propio en ‘Paramales’, un disco que define por completo el ecléctico y personalísimo sonido del coruñés y que ya desde su propio título deja la puerta abierta a las múltiples interpretaciones y los juegos de palabras (par-ama-les) con la figura de su compañera y musa Lola García Garrido, al fondo. McEnroe, la banda getxotarra consigue emocionar hasta límites insospechados con ‘Rugen las flores’, su álbum más accesible al gran público, pero que no por ello pierde un ápice de autenticidad en su melancólica propuesta. Mucho más adusta y vibrante es la confirmación de que Egon Soda es la superbanda que todos intuíamos en sus dos primeros trabajos. Con ‘Dadnos precipicios’ esas presunciones se han transformado en certezas. La voz carbónica de Ricky Falkner pone músculo a las aceradas letras de Ferrán Pontón, que van del mito al logos. Del Shakespeare más embravecido al ingenio de los 140 caracteres. Americana music hecha aquí y sin nada que envidiar a la de allí. Algo de culpa tendrán en todo ello la presencia de Charlie Bautista y Ricky Lavado en este dream team indie. Bautista también está detrás del gran disco de este 2015 en el apartado nacional, ‘La calma chicha’, de Tulsa. El regreso de Miren Iza abrazando la electrónica minimalista, gracias a la acertada producción de Javi Vicente (Carasueño) es una lustrosa colección de canciones que ejemplifica a la perfección las imperfecciones de las relaciones personales. Enmarañado diario entretejido con loops, cuerdas y la siempre sugerente voz de Miren. Empeñada en aferrarse a lo efímero con la desesperada ilusión de quien recorre por primera vez una senda que la lleve de nuevo al punto de partida. Porque el tercer disco de la de Fuenterrabía es una gozosa reinvención que nos muestra su lado más experimental, sin abandonar por ello su esencia. Por último, no queremos olvidar dos propuestas en directo que llamaron nuestra atención este año por diversos motivos. Por un lado, la reedición de ‘Salitre 48’ en el 15 aniversario de la publicación de este álbum icónico en la carrera de Quique González nos dejó como extras una selección de dichas canciones interpretadas en directo a lo largo de la gira ‘Carta Blanca’. Una de las más emotivas propuestas en vivo del año que acaba. También estuvo repleta de emoción, aunque por motivos diametralmente opuestos, la puesta de largo de ‘Mi pequeña historia’, el sexto álbum del ferrolano Andrés Suárez, quien protagonizó a mediados de junio uno de los bolos más enérgicos que hemos podido vivir.
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