La bruja (The Witch)

Thomasin

The WitchA New-England Folktale. Este es el subtítulo con el que se presenta La bruja (The Witch). Sobresaliente ópera prima de Robert Eggers, que se presentó en 2015 en el Festival de Sundance, donde fue galardonada con el premio al Mejor Director. Bajo la apariencia del retrato costumbrista y casi antropológico, La bruja es una de las más sutiles e inteligentes cintas de terror de los últimos años y se erige por méritos propios en obra de culto. Una película que se sitúa a la altura de clásicos como El exorcista, La semilla del diablo y El resplandor y que, al igual que ellas, acompaña al espectador una vez que este abandona la sala de proyección. Y no sólo por su impactante epílogo, ni por la devastadora historia que en ella se cuenta; sino por todo aquello de atávico y telúrico que rodea al mal y que el ser humano lleva adherido a su ADN y forma parte de nuestros temores más primitivos. Esta es la verdadera baza que juega con gran éxito un hábil Robert Eggers en su salto a la gran pantalla. La bruja no es más que la certificación de cuán dañino puede llegar a ser el hombre cuando se enfrenta a lo que desconoce, a todo aquello que no comprende. Cómo puede llegar a atentar contra su propia estirpe, amparándose en la tradición, el dogma o la superchería. Una nueva vuelta de tuerca a la incomunicación y la despersonalización a la que nos enfrentamos cuatro siglos después. Nuevos interrogantes y apenas ninguna respuesta concluyente. El signo de los tiempos.

Es precisamente en ese terreno de lo ignoto donde más a gusto se encuentra Eggers a la hora de situar la cámara. Una mirada incómoda a la cotidianeidad de una familia ultracatólica de la Nueva Inglaterra del siglo XVII cuya existencia pronto se verá sacudida por unos acontecimientos a los que sólo se le encuentra explicación en la existencia del mal. La necesidad de dotar de entidad corpórea a esa maldad, real o figurada, está en el germen de la posterior caza de brujas de Salem u otros casos similares en la convulsa Europa luterana. El ritmo pausado de la narración se apoya en la pictórica fotografía de Jarin Blaschke, que refuerza el verismo de la historia. Las poderosas imágenes se ven enfatizadas por una angustiosa banda sonora, repleta de cuerdas chirriantes, que firma el compositor Mark Korven. Pero amén de todas sus bondades técnicas, la película jamás funcionaria sin un reparto a la altura de las circunstancias. Con apenas media docena de actores en pantalla durante más de 80 minutos, La bruja es el perfecto vehículo de lucimiento para Anya Taylor-Joy (Thomasin). La joven se convierte en verdadera protagonista de la historia gracias a su medida interpretación, repleta de recursos; y logra imponerse a los también soberbios Ralph Ineson (William) y Kate Dickie (Katherine), ambos conocidos por su paso por la serie de televisión Juego de Tronos. Película para ver y disfrutar en versión original, donde brilla con rotundidad ese acento de Yorkshire y los modismos shakespearianos que logran transportarnos a otra época e incluso hacernos entender lo incomprensible.

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