Stranger Things: el listón de la mediocridad

Stranger Things

Stranger ThingsReconozco que no me encuentro entre los enfervorizados seguidores de la (pen)última apuesta televisiva de la cadena Netflix: Stranger Things. Una serie de ciencia ficción con un innegable aire retro ochentero que ha hecho furor en todo el mundo gracias a sus jugosas referencias cinéfilas. A saber, indisimulados homenajes al cine de Spielberg; del mismo modo que a clásicos de la sci-fi (como Alien); del slayer adolescente (como Pesadilla en Elm Street); y así podríamos seguir durante un buen rato citando referencias que los guionistas ‘fusilan’ a la hora de ambientar la historia y dar forma a los personajes protagonistas. También hay sitio en Stranger Things para la literatura y los videojuegos. Ahí están Stephen King, Silent Hill… Suficientes elementos inspiradores para que el despistado lector —si es que existe y no se ha aventurado aún a ver al menos el piloto— conozca el terreno que pisa. Ocho episodios de entre 45 minutos y una hora de duración que narran una historia en apariencia simple y convencional, pero que la opinión pública (¿?) se ha empeñado en elevar a los altares. Obra de culto que, sopena del aislamiento social, sólo un loco se atrevería a despellejar en público. Y mucho menos dejar constancia escrita de ello. Pues bien. Allá vamos. Stranger Things podría haber sido una buena película, pero, reconozcámoslo, es una serie correcta. Nada más. Sus méritos son tantos como los que acumulaba la (ya) olvidada película de 2011, Super 8. Filme revisionista, al igual que la serie que nos ocupa, dirigido por el televisivo J. J. Abrams. Personaje al que algunos —muchos, por no decir casi todos— críticos se la tienen jurada desde los tiempos de Lost. Incluso puede que mucho antes (Felicity, Alias).

Stranger ThingsSi no todos, una gran parte de los presuntos méritos que acumula Stranger Things, la serie de los hermanos Duffer y Shawn Levy, ya estaban presentes en aquella película de Abrams. Cinta que recogió alabanzas antes de su estreno y con la que se nos quiso vender al realizador neoyorquino como una suerte de nuevo Rey Midas de Hollywood, heredero natural de Steven Spielberg, blablablá. Vista Super 8, una apreciable película que recoge y actualiza gran parte de los clichés del cine ochentero, llegamos a la conclusión de que las expectativas estaban por encima del producto final. Ésta es, en gran medida, la clave del éxito de Stranger Things. Nadie esperaba algo así. Bueno, en realidad estaríamos faltando a la verdad al sostener esta afirmación, ya que los primeros en ser conscientes de que estaban ante un nuevo éxito televisivo fueron, claro está, sus creadores. Gracias al hábil corta-pega ya reseñado y a la utilización del Big Data —sí amigos, ya nada sucede por casualidad— la cadena de televisión ya sabía que la serie —a la que bastó con añadir un par de reclamos nostálgicos en el reparto como Winona Ryder y Matthew Modine— sería un boom instantáneo. Casi tanto como este verano lo ha sido Pokémon GO, al menos durante un par de semanas…

La ausencia de espíritu crítico y el cada vez más acomodado periodismo de nota de prensa ha hecho el resto. Basta una buena (o mala) reseña de un producto de consumo de masas para que esa opinión se replique n veces en las siguientes 24 horas a través de los medios sociales. Nadie (o muy poca gente) contrasta la información. Basta con traducirlo de uno a otro idioma, modificar los elementos suficientes para esquivar la denuncia por plagio… Et voilà! Todo listo para recolectar clicks, likes, RTs y todos esos vacuos sucedáneos de la popularidad que proyectan las redes sociales.

Stranger ThingsQue conste que no todo es negativo en Stranger Things. Ni mucho menos. Hay cosas que funcionan en este producto prefabricado de los hermanos Duffer y lo hacen de manera notable: su banda sonora, el casting infantil (no tanto el de adultos y adolescentes), la ambientación… Pero la sensación que desprende su visionado es que estamos ante otro producto hipertrofiado. Ante una buena idea para una película (tal vez otra nueva y olvidable Super 8), pero no tanto para una serie de ocho episodios. Prueben si no a saltarse los tres episodios siguientes al piloto y enganchar desde el quinto hasta el último. ¿Diferencia? Apenas ninguna. Sí, se perderán un par de detalles, quizá la desaparición de algún —ya de por sí prescindible— personaje secundario, pero poco más. Porque tampoco es mucho más lo que se nos pretende contar con esta serie. No nos engañemos. Estamos hablando de un producto de entretenimiento. De algo que le sirve a una cadena de televisión para justificar la cuota mensual que le cobra a sus abonados y de un señuelo para captar nuevos clientes. Y, ¡ojo!, no seré yo quien lo critique. Pero tampoco espere nadie que me siente ante la pantalla con una venda en los ojos. Eso sí, el gran mérito de Stranger Things está en lo que ha generado su estreno televisivo. En el afortunado descubrimiento de esa joven actriz llamada Millie Bobby Brown (Eleven), en todo este acalorado debate entre defensores y detractores en redes sociales y medios tradicionales, en la apuesta por revivir una época pretérita e idealizarla (¿no es siempre así?) hasta el paroxismo. Y de esta alabanza sin freno es de donde surgen los espíritus críticos que van colocando las piezas en su sitio. Quienes descubren erróneas referencias temporales en lo musical y múltiples deslices propios del pastiche descontrolado. Eso sí, reconozcamos que alguno de los hijos bastardos de esta serie nacida de cien mil padres mola bastante: Stranger Things The Game.

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