Blade Runner 2049

Blade Runner 2049

Blade Runner 2049¿Sueñan los directores con la secuela perfecta? Más allá de la pertinencia o no de revisitar una obra de culto de la ciencia ficción como Blade Runner, el reto de situarse al frente del proyecto no está al alcance de cualquiera. Esta nueva aproximación al universo futurista surgido de la pluma de Philip K. Dick no es sólo una continuación de la cinta filmada por Ridley Scott, sino un indisimulado homenaje que engrandece aún más la original y consigue lo que Scott persiguió a lo largo de 25 años y siete versiones. Denis Villeneuve firma en Blade Runner 2049 una rotunda obra visual y conceptual. La décima cinta del canadiense certifica su talento como realizador. Capaz de preservar el tono de su predecesora y de insuflar la dosis necesaria de misticismo a un relato que imita las líneas maestras marcadas 35 años atrás ya desde los primeros acordes del score que firman a cuatro manos Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch. Irreprochable en el apartado visual, Blade Runner 2049 es una delicia para los sentidos. Tanto la pausada e inteligente dirección de Villeneuve como la soberbia fotografía de Roger Deakins y el montaje de Joe Walker nos dejan imágenes imborrables. Planos y secuencias que trascienden la narración y complementan un guion —repleto de guiños— presentado como un puzzle que el espectador está encantado de desentrañar. El guionista Michael Green recoge gran parte del legado de Hampton Fancher y actualiza un discurso distópico tan fatalista como premonitorio. El futuro de 2049 no nos provoca el mismo impacto que antaño nos causó aquel 2019, pero su verosimilitud lo hace mucho más aterrador. La milimétrica planificación de las secuencias aéreas y el sutil uso de los efectos especiales al servicio de la narración confieren un verismo a cada plano que posibilita centrarse en el relato detectivesco que impulsa la narración desde su poderoso arranque.

El apartado actoral es otro de los puntos fuertes de Blade Runner 2049. Ryan Gosling mantiene el tipo a lo largo de todo el filme, lo que no es poco teniendo en cuenta el amplio reparto, repleto de robaplanos, y la duración de la película. Hablamos de 163 minutos de los que se podría haber prescindido de la mayoría de las escenas de acción y la película no se habría resentido. Aun así, la duración en ningún momento juega en contra de la narración. Más bien al contrario. Muchos desearíamos conocer más de una historia a la que subliman sus silencios. Las referencias filosóficas presentes en su predecesora adoptan de nuevo forma equina, aunque ahora alcanzan un tono mesiánico que liga las diferentes líneas narrativas presentes en el filme. Pese a lo intrincado que pudiera parecer de antemano, Villeneuve no cae en la trampa de verse a sí mismo como ‘el elegido’ y desprovee el relato de manierismos impostados. La lírica de sus imágenes ejerce el contrapunto perfecto a unas interpretaciones carentes de empatía por exigencias del guion. Gosling —cuyo personaje encierra el homenaje más evidente al sustrato literario que inspira este universo futurista— logra alcanzar no menos de media docena de registros en la primera hora de película. Un acierto el casting de la cubana Ana de Armas (Joi) cuya química con Gosling en pantalla es innegable. Asimismo, la presentación de su relación en pantalla es uno de los hallazgos de esta película y la constatación de nuestra deriva social.

La importante presencia de personajes femeninos en el filme no sólo cumple un propósito argumental, sino que contribuye a expandir ese universo ya conocido y explorar nuevos caminos dentro del vasto páramo psicológico al que nos enfrentamos en la eterna dicotomía humano-replicante que contribuyó a popularizar la cinta original. Blade Runner 2049 no rehuye responder las eternas preguntas, del mismo modo que plantea otros interrogantes que pudieran ser igual de sugerentes para el intelecto. Baste decir que si tres décadas atrás el debate giraba en torno al ‘sueño de Deckard’ quizá ahora unos leves copos de nieve sobre una mano hagan que volvamos a encontrarnos ante la misma encrucijada. Ambiciosa y satisfactoria, esta secuela puede vanagloriarse de tener entidad propia, aunque en los momentos de mayor emoción para los irredentos fanáticos de la cinta original, estos quizá encontrarán demasiado recurrentes las continuas referencias a ciertos pasajes de su ‘hermana mayor’. Lástima que Jared Letto deje —una vez más— escapar una oportunidad de oro para haber entablado un duelo interpretativo de altura con Harrison Ford, que hubiera ensalzado, más si cabe, a una fantástica película. Tanto que, horas después de haber abandonado la sala de proyección, uno no sabe muy bien si se encuentra ante un milagro —algo sin precedentes desde El Padrino II— o un sueño.

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