Con el más que evidente telón de fondo de la segregación racial a la que se ven sometidos los aborígenes, Sweet Country es una desaprovechada película inspirada en una historia real acaecida en el interior de Australia en 1929. Salpicada por molestos flashbacks y flashforwards, la cinta de Warwick Thornton malgasta una tras otra todas las oportunidades dramáticas —que son muchas— que le brinda tanto una poderosa historia como los espacios naturales en los que se desarrollan los hechos. Mucho más preocupado de filmar planos evocadores y formalmente irreprochables, el realizador australiano se olvida de dirigir a sus actores y opta por estereotiparlos. Nada avanza en esta persecución sinsentido que, tras más de hora y media de metraje, regresa al punto de partida para ofrecer un ramplón y previsible desenlace. Thornton aplica un reduccionismo sonrojante ante temas tan sugerentes como el desorden del estrés post traumático, los desastres de la guerra, el mestizaje, la pugna por preservar las tradiciones ancestrales… En cambio, el director elige centrarse en obviedades a lo largo de una interminable película por la que transitan dos in illo tempore taquilleros actores como Bryan Brown y Sam Neill.
La película se proyectó a concurso en la Sección Oficial de la 62ª edición de Seminci. Al fallido western aussie que supone Sweet Country le precedió el memorable cortometraje de animación Hedgehog’s Home, de la realizadora bosnia Eva Cvijanović. Otro western, en este caso con un evidente trasfondo ecologista y acertada moraleja, narrado en verso, que arrancó aplausos del numeroso público asistente en el pase de prensa del teatro Calderón.
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