El gran showman

The Greatest Showman

The Greatest ShowmanFallida incursión de Hugh Jackman en el biopic musical, El gran showman reúne, a priori, todos los elementos para el éxito y termina por malgastarlos uno a uno, quedando reducida a una nadería. Dirigida por el debutante Michael Gracey, australiano (como Jackman) curtido en la animación y los efectos visuales; es en este apartado en el que la película destaca, sobre todo en su tercio inicial. Las rápidas transiciones, con briosos movimientos de cámara, unidas a la acertada fotografía de Seamus McGarvey (Animales nocturnos, Los Vengadores) predispone al espectador ante un prometedor musical clásico repleto de chispeante ritmo. Nada más lejos de la realidad. Las expectativas quedan reducidas a cenizas por culpa de un guion infantiloide que abusa de la presentación esquemática de personajes. El propio arco argumental de P. T. Barnum (Jackman) es una sucesión de números musicales sin pies ni cabeza que se concatenan a modo de videoclips. Del pobre guion también salen damnificados el resto de personajes principales —sobre todo, una perdida Michelle Williams—que quedan reducidos a meros estereotipos de cartón piedra (Efron, Zendaya, Ferguson). Meras comparsas que desfilan por la gran pantalla mientras Jackman se empeña denodadamente en levantar un pastiche que se desnorta por completo en su atropellado último acto. La película resulta por momentos incompleta o mutilada en sus 105 minutos. De hecho, del montaje final han desaparecido algunas de las secuencias que conforman su trailer, lo cual indica que la producción no ha terminado resultando como el polifacético intérprete australiano habría deseado.

Sin embargo, no todo es decepción en esta película. Los grandes triunfadores son el oscarizado dúo de letristas y compositores que integran Justin Paul y Benj Pasek —From Now On es gloriosa—. De hecho, los números musicales son lo más destacable de un filme que por lo demás pasaría como una avergonzante biopic de Barnum repleta de inexactitudes y errores históricos al servicio de una historia melodramática que banaliza la explotación laboral y apela al discurso familiar más sensiblero. Por fortuna, números como Rewrite the Stars —en el que Zendaya y Zac Efron están sublimes—, This Is MeCome Alive —ésta habría hecho las delicias de Michael Jackson— logran arrancar al espectador del sopor y eliminan de un plumazo ese sentimiento de frustración que transmite el resto de la cinta. De los elefantes y los leones digitales, mejor no hablar.

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