The Disaster Artist

Cine dentro del cine. James Franco llevaba años tratando de que la crítica le tomara en serio no sólo como actor, sino como director de cine; con The Disaster Artist ese reconocimiento ha llegado. En un (no tan) azaroso guiño del destino, Franco se vale de la ‘peor película de la historia’ para ello. La gestación de The Room, el filme de culto del enigmático Tommy Wiseau (al que, literalmente, Franco impersona) centra el relato de The Disaster Artist. Junto al actor y realizador californiano, su hermano pequeño Dave da vida a Greg Sestero, un actor de mediopelo con quien Wiseau traba amistad y del que se convierte en una suerte de mecenas moderno. La decisión de James Franco de elegir para el papel a su propio hermano es quizá la muestra más palpable de que estamos ante su proyecto más personal. Luego podremos ahondar en los motivos más o menos mediáticos o incluso en la explotación a la que se ve sometida la figura del excéntrico personaje original, pero lo que es innegable es que con The Disaster Artist James Franco se revela no sólo como un gran actor, sino como un director apreciable. Comedia con tintes dramáticos, que quedan sepultados por decenas de (in)voluntarios gags, la composición de personaje que lleva a cabo Franco (James) es, más que un homenaje a Wiseau, la sublimación del método actoral. Gracias a ella, el espectador cree estar reviviendo, a modo de documental, los acontecimientos previos al rodaje de The Room, la película que lanzó a la fama (¿?) a Wiseau en 2003. El viaje a Los Ángeles, los intentos (frustrados) de triunfar como actor en la Meca del Cine, la escritura del guion, etc. La comedia se torna más disparatada durante la recreación (más o menos libre) del rodaje del filme, al tiempo que Franco logra introducir con éxito elementos dramáticos que dotan de enjundia a esta desquiciada —aunque repleta de significado— epopeya a ninguna parte. El culmen del metalenguaje fílmico, que no conviene perderse, alcanza su apogeo en (y tras) los títulos de crédito.