La fotografía de la gran depresión provocada por la caída de Lehman Brothers y la subsiguiente crisis hipotecaria global es el retrato de los invisibles. Millones de familias forzadas a abandonar sus casas y subsistir en precario en caravanas, infraviviendas o al raso. Si a este conocido drama social le sumamos el de los veteranos de guerra estadounidenses, nos encontramos con un relato durísimo e inaudito. Ocho años después de la notable Winter’s Bone, el tándem formado por la realizadora Debra Granik junto a la guionista y productora Anne Rosellini nos regala de nuevo una historia intensa y repleta de matices, que se apoya de manera decisiva en las interpretaciones de la pareja protagonista formada por Thomasin McKenzie y Ben Foster. Leave No Trace nos presenta a personajes marginales por decisión propia, cuya realidad cabalga por colleras a lomos del humanismo y el naturalismo. No conviene desvelar grandes detalles del filme, ya que la sensibilidad con que está contado desde su arranque lo convierte en una experiencia inmersiva que potencia cada pequeño detalle.
Es a partir de esta sutileza como están compuestos los personajes del siempre solvente Foster y de la gran sorpresa de la película, la adolescente neozelandesa Thomasin Harcourt McKenzie. Ella es la protagonista absoluta de un filme tan revelador como impactante, pero que no desprecia la idea de mostrar al espectador que por muy dura que sea la realidad siempre hay lugar para la esperanza. Sin imposturas y dotada de una verdad que supura cada plano, Leave No Trace es una de esas cintas que —como sucede en cada temporada de estrenos— quizá pase desapercibida para el gran público, pero que deja su poso en el afortunado espectador que logra disfrutarla.
Granik consigue camuflar su cámara desde el arranque del filme para que —apoyada en la lustrosa fotografía de Michael McDonough y con un score minimalista, obra del compositor e integrante de la banda de rock Tindersticks Dickon Hinchliffe— nada de lo que aparece en pantalla chirríe o pretenda buscar la complicidad del espectador manipulando sus sentimientos. Los daños colaterales del consumismo exacerbado, los inadaptados, los relegados a un segundo plano, que solo merecen nuestra condescendiente compasión, y la necesidad de guardar las apariencias para no destacar dentro de una sociedad repleta de convencionalismos son sólo algunos de los aspectos que aborda un relato complejo y maduro que toma forma a partir de la novela My Abandonment, del novelista Peter Rock. La historia real de dos supervivientes en un parque natural de Portland, Oregón sirve para conformar esta radiografía de una sociedad cuya alternativa a la desesperación está en la vuelta a los orígenes. A esos valores imperecederos que nos afianzan como seres sociales, por encima de individualidades.
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