Lamb

Dýrið
★★☆☆☆

Fábula de terror naturalista acerca de los peligros de la maternidad, Lamb es la arriesgada ópera prima del cineasta islandés Valdimar Jóhannsson. Un reposado ejercicio de estilo, que emparenta con el cine del húngaro Béla Tarr (no en vano, productor ejecutivo del film), en el que subyace el sempiterno sentimiento calvinista del pecado y la culpa. Adusta como los paisajes que la enmarcan, la historia de cómo la anodina y desesperanzada vida del matrimonio que forman María e Ingvar da un vuelco con la llegada de la pequeña Ada puede llegar a resultar exasperante por momentos. La pausada dirección y el peso que tanto Jóhannsson como su coguionista, el escritor e intelectual islandés Sigurjón ‘Sjón’ Birgir Sigurðsson, otorgan a las energías telúricas y sus efectos sobre el reino animal polarizan una cinta que se torna densa en exceso a lo largo de sus 106 minutos de metraje. Bien es cierto que de sus tres partes claramente diferenciadas la segunda es la más disfrutable, pero es inevitable pensar que una mayor altura de miras a la hora de encarar el último acto habría impedido el agridulce regusto final. Sin embargo, no todo es fallido en este apreciable cuento fantástico.

La meticulosidad con la que se rueda a los animales —tanto los domésticos como los de granja— y el laborioso trabajo posterior en la sala de montaje para conseguir que estos se perciban también como protagonistas de una historia que cuenta con solo cuatro actores principales es digna de encomio. Del mismo modo que lo es la actuación de la sueca Noomi Rapace, soberbia tanto en su contención como a la hora de transmitir un crisol de emociones a través de la economía gestual. Resulta casi impensable imaginar esta película sin ella en el reparto (también es productora ejecutiva, junto a Tarr). Del mismo modo que la pequeña Ada (Ester Bibi) es uno de esos personajes destinados a conquistar audiencias. El resto del elenco lo completan Hilmir Snær Guðnason y Björn Hlynur Haraldsson, quienes dan vida a los hermanos Ingvar y Pétur, en otra suerte de alegoría más, de las múltiples que tratan de insuflar una enjundia y trascendencia al filme que no siempre logran su propósito. Quizá este sea el mayor lastre de la propuesta: su constante necesidad de epatar, su aura intelectualoide y, en último término, la indefinición formal. Apreciable fotografía, de Eli Arenson, quien insufla poesía a la hosca existencia de las criaturas que habitan el valle en el que se desarrolla la historia. Una metáfora que en último término no dejará indiferente a nadie y en la que lo visual funciona mucho mejor que lo argumental.

Puntuación: 2 de 5.
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