Colmena

★★☆☆☆

La ópera prima de la cineasta kosovar Blerta Basholli es una presunta historia de sororidad basada en hechos reales. Tan solo presunta, porque Colmena (Hive, en su título anglosajón) podría haber dado mucho más de sí tanto en su planteamiento como en su resultado final de no regodearse en un sinfín de manidos tópicos que acaban por lastrarla. Aunque quizá lo más molesto del filme de Basholli, una realizadora que lleva lustros dinamizando la escena kosovar, es su ritmo plomizo. No hablamos de una narración pausada, que condimenta los diversos conflictos que subyacen a la trama de empoderamiento y superación personal de Fahrije (Yllka Gashi), su omnipresente protagonista, no. Colmena carece de ritmo narrativo, lo que provoca una desconexión con su público. Tampoco contribuye la ausencia de profundidad a la hora de presentarnos al puñado de personajes principales que Basholli utiliza para contar su historia. Todos ellos, estereotipados y carentes de motivaciones. Algo inusual cuando se trata de una historia real, con la que existen innumerables recursos narrativos a los que recurrir y que permite la posibilidad de jugar con el simbolismo para denunciar ese machismo feudal que preside la cinta desde su inicio.

Colmena (Zgjoi) arranca con un prometedor plano secuencia en el que la cámara de Basholli sigue a Fahrije en el recordatorio corpóreo de las secuelas imborrables del genocidio de los Balcanes. Ambientada en una pequeña localidad de Kosovo, la narración discurre en paralelo, alternando estampas de la vida de su protagonista femenina con recuerdos e imágenes de archivo del conflicto bélico que le costó la vida a más de 10.000 personas. Su penosa existencia junto a su suegro inválido y sus hijos está narrada de una manera desapasionada y muy convencional. Del mismo modo que se abordan todos los conflictos que debe afrontar Fahrije y le llevan en último término a coger las riendas de su vida. Tomar sus propias decisiones y no comportarse como el resto de la sociedad circundante —y su propia familia— espera de ella.

Por desgracia, la película nunca remonta y su mensaje queda diluido en la indefinición. Entre la explotación del feminismo y la del conflicto político que asoló los Balcanes hace más de dos décadas. La negativa de la sociedad rural que se nos muestra en el filme a dejar atrás su pasado y construir una nueva realidad a partir del empoderamiento de las mujeres que se vieron obligadas a sacar adelante a sus familias sin duelo ni reparación posible. Basholli desaprovecha la oportunidad de mostrarnos cómo y de dónde nace esa red de apoyo entre mujeres a la que pertenece Fahrije, cómo es que el sistema patriarcal que las oprime las deja crearla, de dónde salen sus fondos y, lo más importante, cómo consiguen tener aliados masculinos para llevar a cabo sus propósitos.

Del mismo modo sucede con el negocio de ajvar, una salsa tradicional hecha con pimientos asados, berenjena y ajo, cuya fabricación en el filme presenta muy pocas similitudes con la realidad y carece de los mínimos estándares de seguridad e higiene alimentaria que permitirían su comercialización. Para lo que sí le sirve a la realizadora es, de nuevo, para instrumentalizar la excusa argumental de su película: la sororidad. La colmena a la que alude el título, que —sin embargo— gira en torno al otro trabajo que realiza Fahrije, la apicultura. Preservar el negocio que inició su desaparecido esposo no está tan mal visto por la sociedad kosovar como sacarse el carné de conducir o fumar (los ejemplos de ‘empoderamiento’ que elige Basholli). Ojalá en algún momento del film se nos explicara por qué su protagonista decide apostar por emprender una arriesgada aventura empresarial en lugar de remontar el negocio familiar heredado a la fuerza. Todos estos agujeros de guion sólo hacen que contribuir a la idea de la explotación argumental, más allá de la denuncia social que salvo en un par de ocasiones brilla por su ausencia en esta ópera prima, que en lugar de miel nos vende arrope.

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