
Rodada con un gusto exquisito y una perfección formal apabullante, la biopic de la aclamada directora de orquesta Lydia Tár es una de las críticas más inteligentes y aceradas a la masculinidad tóxica y todas aquellas construcciones sociales que la perpetúan. No por casualidad, el director y guionista Todd Field sitúa este drama contemporáneo en el exclusivo mundo de la música clásica. Un entorno elitista en el que la mujer ocupa un segundo plano (en el mejor de los casos) y el hombre pisotea de forma continua todos los techos de cristal imaginables. Es por ello que el lúcido tándem que forman Field y su protagonista absoluta, Cate Blanchett, consiguen incomodar con este retrato figurado del éxito improbable desde el mismo arranque. Una película que no da respiro al espectador a lo largo de sus casi 160 minutos, en los que Blanchett se embarca, asimismo, en uno de los más arriesgados y triunfantes tour de force del cine reciente.
Mucho se ha escrito y se seguirá debatiendo acerca de la pertinencia o no de presentar su personaje de la forma en la que se hace en esta cinta, pero más allá de querer desvirtuar el poderoso mensaje que encierra un filme que se abre ante los ojos del espectador a medida que avanza el metraje, lo que es innegable es que logra su objetivo —y no es sólo incomodar— desde el mismo instante en que se cuestiona dicho enfoque y cómo este condiciona todas las interacciones entre los personajes principales. El mero hecho de no entender la tesis argumental que plantea Field abunda en la pertinencia de cada vez más propuestas culturales que se empeñan en desmembrar todos los tentáculos del patriarcado.
Dicho esto, esta película no habría sido posible sin una actriz principal como Cate Blanchett. La intérprete australiana es capaz de lograr algo tan complicado como resultarle tremendamente desagradable al espectador y aún así que éste no logre apartar la mirada de ella en ningún momento. Bien es cierto que la actriz se beneficia de la magnífica realización de Field, capaz de alternar imposibles movimientos de cámara con encuadres inolvidables, magnéticos planos secuencia… Todo ello al servicio de la narración —y de imbuir al espectador en esta impactante historia— y, como ya referíamos, su actriz principal. Que la cámara desaparezca ante nuestros ojos y podamos adoptar las diferentes posiciones que en esta escala trófica van ocupando el resto de personajes que la acompañan y, en último término, la definen.
Una compleja galería de mujeres (Francesca, Sharon, Petra, Olga, Krista…) que nos muestran todos los rostros que se esconden detrás de la alabada figura pública que inicialmente se presenta ante nosotros como un misterio. Una rara avis en un mundo de hombres, capaz de renunciar a su propia identidad para conseguir su propósito.
Fantástica película, que supone un disfrute continuo para el verdadero aficionado al séptimo arte. Empezando por el magnífico trabajo del elenco actoral (Noémie Merlant, Nina Hoss, Sophie Kauer, Julian Glover, Mark Strong), los acertados cameos, su inteligente guion repleto de lecturas y subtextos, la espléndida dirección de fotografía de Florian Hoffmeister, el score de la oscarizada islandesa Hildur Guðnadóttir… Y ese simbólico plano final que supone un colofón perfecto para un filme de estas características. En conjunto, una absoluta sinfonía audiovisual que discurre por caminos inesperados y pervive en la memoria —y la conciencia— del espectador con un rosario de reveladoras notas que percibidas en la distancia engrandecen tanto la composición de un personaje inolvidable como su impensable intrahistoria.