Pocas películas pueden vanagloriarse de ello. Apenas el espectador pone un pie fuera de la sala de proyección las imágenes vuelven a pasar, a fogonazos, por su memoria a corto plazo para conformar un delicioso pastiche emocional que traspasa lo puramente cinematográfico. Alberto Rodríguez consigue con La isla mínima, su último filme, todo esto ySigue leyendo «La isla mínima»
Debe estar conectado para enviar un comentario.