Magic In The Moonlight (Magia a la luz de la luna)

Magia a la luz de la lunaLa tradición marca que Woody Allen alterne desde hace varios años una película de peso con otras cintas menores. Peliculitas de menor enjundia que le sirven al neoyorkino para engrandecer su prolífico legado y, en ocasiones, para hacer caja y así financiar obras posteriores. Scoop, Vicky Cristina Barcelona, Conocerás al hombre de tus sueños, A Roma con amor y, ahora, esta Magia a la luz de la luna (Magic In The Moonlight) que nos ocupa podrían ser perfectos ejemplos de ello. Sin embargo, algo subyace en esta cinta que no termina de emparentarla del todo con sus predecesoras. Quizá sea su trasfondo filosófico, tal vez la vitalista apuesta narrativa o, finalmente, la magnífica interpretación de Colin Firth como el escéptico Stanley Crawford que la protagoniza. Aunque en un último término puede ser ese ¿buscado? aire crepuscular que pulula por los 97 minutos de filme ambientado en los dorados años 20 lo que le confiere cierto regusto a canto del cisne. Los propios hechos podrían contradecir fácilmente estas palabras. Allen, que cumplirá 79 años el 1 de diciembre, ya tiene nueva película en la sala de montaje presta para estrenarse en 2015. Sin embargo, con Magia a la luz de la luna, todo invita a pensar que esta vez Allen se nos muestra, a través de su protagonista Stanley, más taciturno -y autocomplaciente- que nunca. El gentleman descreído y cascarrabias que interpreta Colin Firth con una sutileza y un derroche de recursos admirable destila ironía por los cuatro costados. Es Allen puro. El mismo neurótico atormentado que hemos visto cientos de veces en sus películas, aunque ahora se nos revela como un hombre expuesto ante su única oportunidad de creer. O, por el contrario, de poder certificar el acierto que supone haber vivido bajo un obsesivo prisma racionalista.

Más allá de certificar si ésta es otra película menor dentro de la filmografía de Allen o no -quizá con el nuevo siglo sólo haya rodado dos películas realmente redondas- lo que es innegable es su capacidad para que su temática trascienda la época en la que se sitúa la acción. Con la excusa de los alegres años 20 y esa eterna sensación de que la vida había que vivirla en una fiesta constante, el de Brooklyn se las ingenia para asestar una certera crítica a la credulidad humana. Esa angustiosa necesidad de creer en algo que nos desmonte las certezas racionales que convierten la vida en una monótona sucesión de acontecimientos que siguen un esquema preconcebido. Aburrido. Funesto. Esa ilusión necesaria para dar al traste con el imperio de la razón nos llega por dos vertientes. Sophie Baker (Emma Stone) simboliza ambas y, sin desvelar la simple, pero efectiva, trama, se convierte en el contrapunto perfecto del amargado Stanley Crawford en pantalla.

La magnífica fotografía de Danius Khondji contribuye a dibujar la atmósfera perfecta dentro de esta historia en la que deseos y certezas bailan de la mano al ritmo de una deliciosa banda sonora repleta de temas clásicos. Allen es capaz de dividir la acción en tres partes claramente diferenciadas, siendo quizá el tramo final el que más se resiente, pese a contar con varios momentos en los que Firth puede mostrar al espectador lo buen actor que es. La efectiva resolución cierra una historia de la que no se puede esperar más que mantenga al espectador entretenido a lo largo de la hora y media de metraje, pero que si se quiere ahondar en los múltiples subtextos que Allen va desperdigando por ella puede hacer de su visión una experiencia muy disfrutable.

Tanto como para decidir no esperar a su estreno cinematográfico en nuestro país dos semanas más, después de cinco meses de retraso. Porque esperar por una película estrenada en agosto en EEUU y que no llegará a las pantallas españolas hasta el 5 de diciembre, se sea o no seguidor del director neoyorkino, es mucho esperar. Resulta cada vez más complicado acertar con las motivaciones que llevan a distribuidores y exhibidores a anular de este modo la carrera comercial de una película. Ellos sabrán. Esto sí que carece de toda lógica.