La caída del imperio americano

La chute de l'empire américain

La chute de l'empire américainLlegar al espectador con una historia compleja, repleta de subtextos, citas filosóficas y reflexiones trascendentes acerca del poder del dinero en la sociedad actual es digno de alabar. Si quien lo hace es un cineasta que a sus 77 años no tiene nada que demostrar, huye de pontificar y sazona el resultado final con ironía a raudales nos encontramos ante esta deliciosa película titulada La caída del imperio americano (La chute de l’empire américain). Tres décadas después de El declive del imperio americano, Denys Arcand decide escarbar de nuevo en los anhelos humanos y rendirse (figuradamente) al vil metal. Al menos así parece que acabará haciéndolo Pierre-Paul Daoust (Alexandre Landry), el ‘héroe’ por accidente de un filme que se convierte en tríptico a la hora de mostrar la relación que las personas tenemos con el dinero. A la necesidad de Pierre-Paul se suman la condena de Bigras (Rémy Girard) y el capricho de Camille (Maripier Morin).

Tres visiones contrapuestas y, en último término, condenadas a entenderse dentro de una intrincada trama policial que arranca con la investigación de un atraco fallido y que en su escalada exponencial termina desnudando las vergüenzas de un sistema putrefacto. Arcand consigue con ingentes dosis de humor y un brío notable que las dos horas de metraje se disfruten de principio a fin sin dejar títere con cabeza. El ascenso de los populismos, la precariedad laboral, los desahucios, la pérdida de derechos, el fin del estado del bienestar y la corrupción enquistada tienen cabida en una historia que juega a subvertir los géneros para establecer un juego de apariencias con el espectador a lo largo de todo el metraje. Resulta especialmente gozoso entender este filme alejado de la trilogía fílmica que encumbró a su director, y al mismo tiempo como un sentido homenaje de Arcand a la ciudad que lo vio nacer. Prolongando el juego más allá de la pantalla, Arcand/Pierre-Paul salda su deuda de gratitud con sus orígenes y nos regala este encore fílmico que debe entenderse no sólo como un mero entretenimiento, sino como un aldabonazo que nos alerta del peligro de convertir los medios en fines y, de no ser conscientes, desperdiciar nuestra fugaz existencia por el camino.

La película abrió la segunda jornada de la 63ª Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci), en un pase de prensa matinal que cosechó una cálida ovación al término de la proyección en el teatro Calderón.