Mientras dure la guerra

Mientras dure la guerra
Mientras dure la guerra
★★★★★

En una de sus celebres sentencias, Unamuno declaró que le dolía España y tras haber visto Mientras dure la guerra, quizá la película más libre, sentida y redonda de su carrera, es harto sencillo deducir que a Alejandro Amenábar también le duele. Con el escritor bilbaíno ejerciendo de epicentro narrativo, Mientras dure la guerra retrata un breve, aunque decisivo, periodo de nuestra historia que, a tenor de lo vivido, no ha perdido vigencia alguna. La dos —o tres— Españas que aquí se nos muestran están más vivas que nunca. Amenábar las retrata sin pudor alguno, pero sí con vergüenza. Más ajena, que propia, todo sea dicho, pero certera en cualquier caso haciendo uso de esa libertad antes mencionada y tan necesaria —antes y, cada vez más, ahora— para huir de bandos, banderas y trincheras. El cineasta no puede ocultar su fascinación por la figura de Unamuno, pero esto no es óbice para que también a él le endose alguna que otra andanada de las muchas que pueblan este filme de factura tan soberbia como recomendable su visionado. Historia concisa, con no pocos personajes, pero narrada con ese brío y esa claridad en el lenguaje cinematográfico que solo posee quien sabe perfectamente qué quiere contar y cómo hacerlo. Poseedor de una factura fílmica que en ocasiones recuerda mucho al mejor Spielberg, Amenábar consigue trascender los localismos y mostrar una historia universal a partir del micromundo familiar del escritor vasco: sus hijas, Felisa y María, su nieto Miguelín y la aya de este; así como sus contadas amistades (Salvador y Atilano). Esta sería una película, que ya por sí sola hubiera bastado para reflejar el perenne desencuentro que nos vertebra como país; sin embargo, Amenábar decide introducir a los golpistas sublevados y centrarse, para ello, ni más ni menos que en Francisco Franco y Millán-Astray. Esta quizá pudiera ser la parte más discutible de su decisión narrativa, pero tanto el trabajo de Santi Prego (Franco) como el de Eduard Fernández (Millán-Astray) consiguen escapar de la burda caricatura —mencionar asimismo al siempre efectivo Luis Bermejo (Nicolás)— y por momentos componer un aterrador y fidedigno retrato de la sinrazón que subyugó a todo un país durante cuarenta años.

Negar que el relato que plantea el director junto al coguionista Alejandro Hernández carece de actualidad sería negar las presiones para tratar de impedir la proyección de esta película en pleno 2019 en algunas salas. O las críticas descarnadas —incluso antes de su estreno— por atreverse a mostrar a los franquistas en pantalla. Pero en realidad focalizar la atención en este ruido de fondo sería caer en el burdo ardid de seguirles el juego para así obviar el golpe de Estado, los cadáveres en las cunetas y la pretendida imposición del pensamiento único que tantos réditos otorgó al régimen durante aquellos denominados 25 años de paz. El carácter osco y rebelde de Unamuno simboliza todo esa insumisión a la perfección, pero también los errores de quien se cree ajeno a estos devenires políticos.

Con ciertas licencias, Amenábar y Hernández son capaces de perlar de lirismo y emoción pasajes ásperos y descarnados. Algo que faculta al propio realizador (quien también compone la banda sonora) para explotar en el tercio final del filme todos los sentimientos contenidos desde el arranque. Más allá de la decisiva secuencia del Día de la raza, funciona muy bien toda la parte onírica, magníficamente acompañada por ese score vibrante que huye de la lágrima fácil. Película de personajes (en la que unos a otros se llaman continuamente por sus nombres de pila desprendiéndolos así de ese aura de misticismo y grandilocuencia) detalles, gestos, miradas y actuaciones contenidas,; salvo en el comprensible caso de Eduard Fernández, quien se muestra incapaz de desaprovechar todo el potencial que le brinda ese ‘glorioso mutilado’ fundador de la legión.

Fiel reflejo de esa otra España con olor a cerrado, a naftalina, a incienso y tabaco negro, a sudor y miedo, a envidia y oscurantismo fruto de la ignorancia y el rencor enquistado. Valiente y respetuoso, Amenábar con la memoria de las víctimas y sus familiares. Huyendo de moralinas y con el punto justo de doctrina más allá de la necesidad de que la razón apasionada se imponga a la fuerza bruta.

Enorme trabajo el de Karra Elejalde, pero no menos imponente el de las (muchas) mujeres que transitan por esta historia que huye de revanchismos, efectismos y otros muchos ismos. Magnífica Patricia López Arnaiz (María) al igual que Nathalie Poza (Ana) y el televisivo Fernando ‘Tito’ Valverde. La fotografía de Alex Catalán es espléndida y engrandece tanto las secuencias de exteriores, con una Salamanca eterna, como las del café Novelty o el domicilio del escritor. Contenida en el metraje (107′), Amenábar rueda algunos de los planos más inspirados de su carrera y confía las labores de edición a su colaboradora habitual, Carolina Martínez Urbina.