El huevo del dinosaurio (Öndög)

El huevo de dinosaurio
★☆☆☆☆

Lo que en principio se presenta como un thriller policiaco en mitad de la pradera mongola termina por ser una fábula infantiloide cuya esencia destripa el propio título del filme. Öndög (literalmente, el huevo de dinosaurio) quiere ser hipnótica y termina siendo plomiza. Irreverente y roza lo cómico; y, para colmo de males, su argumento —que no desvelaremos para aquellos que decidan arriesgarse a verla— se podría resumir en un par de líneas. El prestigioso realizador chino Wang Quan’an naufraga estrepitosamente a la hora de contar una historia muy previsible en su planteamiento y cuya mayor baza está en exprimir al máximo los espacios naturales en los que se desarrolla. Y si bien la fotografía del galo Aymerick Pilarski es notable, los pomposos movimientos de cámara de Wang y el empeño del cineasta por recalcar una misma idea de forma recurrente a lo largo del metraje termina por malograr esta historia circular que quiere unir lo telúrico con lo espiritual amparándose en la belleza salvaje de la estepa mongola.

Nada, o muy poco, funciona en esta película en la que la acción avanza —es un decir— a paso de diplodocus. Ni los zooms vertiginosos del inicio, ni lo silencios, ni la machacona repetición de una idea tanto oral como fílmicamente, ni esas idas y venidas tratando de romper las reglas clásicas en los encuadres; y mucho menos las secuencias ralentizadas de manera exasperante. Apenas cien minutos de metraje, pero que ante la decisión del realizador chino de dilatar los tiempos hasta la extenuación acaban por eternizarse. Si algo bueno ha tenido el pase matutino de este filme dentro de la tercera jornada de la Sección Oficial de la 64 Seminci para parte del público asistente han sido los sonoros ronquidos con los que más de uno celebraba el reposado ritmo fílmico de Wang Quan’an.

★★★☆☆

Este primer pase del día lo abrió el cortometraje portugués Cães que ladram aos pássaros… (Perros que ladran a los pájaros), de la joven realizadora Leonor Teles. Arriesgado ejercicio de estilo acerca del drama de la gentrificación que vive Oporto desde hace un lustro centrado en la historia real de la familia Gil, en concreto, a través de los ojos de su hijo mayor, Vicente. Por momentos hipnótico y exprimiendo al máximo la presencia de la banda portuguesa Sensible Soccers en el score, sus 20 minutos de metraje saben a poco.