Aftersun

★★★★★

Existe un lugar donde los recuerdos se entremezclan con los deseos. Donde recobramos nuestra esencia y nos invade la infancia. Ese territorio en el que la inocencia campa a sus anchas, ajena a la realidad cotidiana. Como cuando estábamos de vacaciones y el tiempo se detenía sin nosotros saberlo. La memoria es el refugio al que recurrir para rescatar ese pasado. Quizá imperfecto. Tal vez ininteligible, a los ojos del niño que fuimos. O que quizá sigamos siendo, al volver la vista atrás. Pero aunque duela, lo hacemos. Porque necesitamos entender. Necesitamos comprendernos. Y para ello, en ocasiones, debemos mirar al pasado con nuestros ojos de adulto. Aunque las imágenes se difuminen por el paso del tiempo o permanezcan borrosas en nuestro disco duro, congeladas; como una sucesión arbitraria de fotogramas que sólo cuentan una parte de la historia. Nuestra propia historia. Una narración que deberemos completar con todo aquello que entonces no fuimos capaces de comprender, pero que ahora, hoy, con el discurrir de los años, sabremos colocar todas las piezas del rompecabezas en su sitio. Tal vez este descubrimiento nos descoloque del todo. Porque contemplar la verdad, nuestra verdad, es un ejercicio doloroso, por muy necesario que resulte el viaje de regreso allí donde nunca debimos marcharnos. A aquel verano eterno, que regresa a nuestra memoria una y otra vez. Hasta hacernos dudar de si aquello que vivimos fue real. Hasta convertir los sueños en pesadillas que proyectamos en bucle.

El primer largometraje de la cineasta británica Charlotte Wells es un desgarrador drama familiar rodado con tanta sensibilidad y crudeza que logra impregnar al espectador más allá de su hora y media de metraje. Una historia inolvidable a la que nuestro cerebro regresará varias veces a lo largo de los días posteriores a su visionado para recuperar detalles, añadir connotaciones o, simplemente, regodearse en la melancolía que empapa el conjunto. Retornar al verano del undécimo cumpleaños de Sophie (Francesca Corio) junto a su padre, Calum (Paul Mescal). Volver a escuchar a Blur, a Catatonia, a Bran Van 3000. A los baños en la piscina del hotel. Las cenas al aire libre, las excursiones en autocar, bucear en alta mar… Volver.

La melancólica mirada de la realizadora huye de grandilocuencias formales y apuesta por un estilo casi documental. Una narración fílmica que discurre en paralelo entre padre e hija a lo largo de distintos momentos del filme y que nos ayuda a trazar las líneas centrales de un enigma que sólo resolveremos en los instantes finales de la cinta. La pareja protagonista está espléndida y suyo es gran parte del mérito a la hora de conseguir transmitir todos los matices que rodean a la complicada relación entre padre e hija. Wells no sólo consigue con éxito abordar asuntos de hondo calado emocional a partir del fragmentado retrato familiar, sino que convierte su película en una inusual coming-of-age repleta de simbolismo.

Puntuación: 5 de 5.

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